Una infancia fuera de lo común,
una época de cambios revolucionarios, radicales y vanguardistas y una
generación que forjó un pensamiento crítico de la tradición liberal, fueron la
cuna y el escenario que cobijó a María Lagrange. Argentina, hija única, de
padre parisino y madre argentina de familia norteña, María nació en Tucumán, fue
criada en Córdoba y radicada desde los 10 años en Buenos Aires. Habla poco y
confusamente de las marcas de un nomadismo trágico que la vinculan felizmente con
el dibujo y la pintura desde que tiene edad de tener un lápiz en la mano. En la
adolescencia participa, con conciencia política, en los movimientos hippies de
su época y se forma artísticamente con diversas personalidades en poesía,
teatro, canto, cine y pintura, destacándose en performances y acciones directas,
en épocas y ambientes de poco
academicismo y protocolo. Pese a una formación pedagógica en la Escuela
Panamericana de Arte, y algunos talleres de pintores confirmados, siempre se
consideró autodidacta hasta que la marcan indefectiblemente, sus numerosas
visitas al taller de Antonio Berni y la amistad en Paris con Luis Felipe Noé y
Jorge Pérez Román.
Desde sus comienzos en
Argentina la interpelan los cuestionamientos pictóricos que luego darán lugar a
la Figuración Gradual. Desde el comienzo, a los 19 años, cuando expone por
primera vez su serie titulada Del Macrocosmos al microcosmos, discute la
figuración tradicional, litiga con la noción
de imagen protagónica y controvierte la
idea de sujeto del cuadro. En todos esos
años pinta enormes telas con organizaciones coloridas, intentando
formas-fondos o fondos-formas, que articulan límites entre la
abstracción y la figuración no convencional, obteniendo apariencias abstractas con sugerencias bien concretas.
El asunto está en la línea,
dice frecuentemente, “En que momento pasa de ser representación de algo a ser
cosa en sí misma? Se cuestiona. “Con el color no hay problema, porque el color
es pintura, es decir siempre es forma, pero la línea tiene el doble problema de
la caligrafía y el significado” afirma inquietamente. “Tradicionalmente el
dibujo aportaba significado y el color aportaba
forma por ser materia. Pero ahora todo cambió, somos capaces de ver más
allá, imaginar mucho más, entender mucho
mejor, entones no podemos solo construir ilusiones ópticas, necesitamos acceder
a nuevos niveles de entendimiento”.
En Roma, a partir de 1982, se
produce un choque ideológico con la pintura de caballete de los grandes maestros, que ella define como
el rol sensual de la pintura con la
historia. Amante de la foto y el cine, en
los que había trabajado durante 5 años en Buenos Aires antes de su exilio, se
resiste, desde ese momento a continuar con sus incursiones en las nuevas
tecnologías, que alentaban las instituciones esponsorizadas por las empresas e
industrias, para dedicarse a recuperar
las magníficas técnicas pictóricas de los grandes maestros de la historia.
Un vertiginoso trabajo sobre
las gamas de diversos soportes, materias y colores la va apasionando y a la vez
introduciendo primero en una mística y luego en un contexto mucho más concreto
de su pensamiento filosófico. “En mis cuadros no hay ninguna escena para mirar.
Yo pinto de atrás para adelante, comienzo por la materia, luego el color y por
último la línea. Las imágenes siempre surgen imprevistamente, emergiendo de las
manchas que trazan los elementos cuando se integran en el mismo espacio: agua,
aceite, médiums varios, tierras, pigmentos, cera, goma, resinas, tintas, etc.
Mi trabajo es mirar, soy una espectadora activa. Miro y veo, la descomunal
belleza que se desprende de la relación que establecen los elementos entre sí.
Esto me produce reflexiones que me
enseñan cosas sobre la vida. Las
escenas se van armando solas hasta que todo el espacio del cuadro se llena de
sentido, anunciando el final de cada viaje. Simplemente, siguiendo la luz, el
color y la materia, que altera a cada momento todo el grupo de elementos, se
observa una inteligencia entre ellos, que me llena de esperanza con respecto al
mundo. El agua no se mezcla con el aceite pero se dibujan mutuamente. Cada elemento
cede en función de otro y de un tercero o cuarto, mientras recupera una parte
proporcional de su espacio; pero la pérdida de identidad es solo aparente y
durante un proceso, porque mágicamente reaparece
en la nueva forma, ultra identificable, que tienen de transformarse. Si los
humanos comprendiéramos estas facultades de interacción y fuéramos capaces de
aplicarlas en nuestras relaciones sociales, viviríamos en un mundo imposible de
imaginar desde nuestro comportamiento actual. En la química libre, la química del
arte, nada se altera inútilmente, todas las materias tienen en cuenta a todas
las otras con las que conviven. Se transforman sin ningún temor y buscan
permanentemente superar los límites que las diferencian. El aceite y el agua no
se rechazan, en realidad no logran mezclarse, que no es lo mismo. Es
maravilloso ver como esas moléculas nunca desisten el más mínimo intento de
superar las barreras. El agua podría inundarlo todo, el fuego podría quemarlo
todo, el aire podría secarlo todo, la tierra podría taparlo todo, si los otros elementos
no existieran. Pero existen y son ultra-sensibles a esa diferencia existencial.
Todos quieren fusionarse con el otro y lo único que evita que no se englutan,
todos mutuamente, es la saciedad, el punto perfecto de saturación. Ese límite
es forma, es línea. La saciedad pone el límite e inaugura la gestación lenta de
una acción más profunda. Podría contar durante horas con qué inteligencia una
fibra absorbe el agua ...”
Los pintores y artistas
comprometidos con los movimientos sociales del siglo XIX, junto a las escuelas
de Paris, con sus incesantes rupturas durante toda la primera mitad del siglo
XX, sus manifiestos y vanguardias, activos hasta los años 70, le dieron a María Lagrange, la vía histórica
que se alineaba con su trayectoria en Argentina. A partir de su llegada en los
80 y durante estos ya más de treinta años en Paris, desarrolló una obra
sumamente personal en un marco apasionado de intenso y prolifero trabajo.
Inmensos talleres en esta ciudad y sus
alrededores, son la labor de un feroz compromiso con su escuela. Hoy, su Manifiesto de la Figuración Gradual, aporta
algo más que obras, reabre nuevamente la tradicional tribuna de discusión que
históricamente honró a esta disciplina. Y recrea a partir de esta propuesta, un
nuevo sujeto de debate, reponiendo la
imperecedera vigencia de una de las más
antiguas asignaturas de la humanidad: la
pintura.
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